Al final de su mandato, MAFO solo ha conseguido una parte de lo 
que venía persiguiendo desde que era Secretario de Estado de Economía: acabar 
con las cajas de ahorros. Una obsesión que le ha distraído y nos ha distraído a 
todos, también a los gobiernos, a la hora de abordar de raíz una 
reestructuración ordenada y coherente del sistema financiero.
Porque lo que ha fallado no es un sistema de gobierno, sino un 
modelo de negocio de los gestores y de control de los administradores, las 
administraciones y los supervisores. Muchas cajas de ahorros y algún banco se 
convirtieron directamente en socios de la Promoción Inmobiliaria además de 
financiarla y, todo ello, a lomos de la recalificación de terrenos promovida por 
las Administraciones Públicas, como vía de equilibrar los ingresos tras la 
intensa desfiscalización que promovieron en los años de la burbuja.
Tras el estallido, con una economía sobreendeudada y con gran 
parte del sistema financiero enladrillado se optó por la política de " la patada 
a seguir", en vez de sanear balances, financiando a largo plazo la 
capitalización del sector financiero a condición de eliminar entidades no 
viables, retirar a los gestores responsables y de que la factura la costeara el 
propio sector, por ejemplo, a través de las aportaciones al FGD. 
Se confió en demasía en las provisiones anticíclicas que no han 
sido suficientes; se elevaron los requisitos de capital por encima de las normas 
internacionales, lo cual ha restringido aún más el crédito y lastrado la 
rentabilidad; y, sobre todo, se dejó, en gran medida, en manos de los mismos 
gestores responsables la consolidación de las entidades con problemas, para 
mayor escarnio, a través de fórmulas que complican aún más el Gobierno 
Corporativo y la Unidad de Empresa: los SIPs.
En poco tiempo, la experiencia acumulada en la gestión de las 
crisis financieras anteriores, la supervisión prudencial, la reputación en 
definitiva del Banco de España, ha quedado malbaratada. La política de 
supervisión in situ, que es una de las mejores y grandes diferencias con otros 
supervisores, queda en entredicho cuando los informes de los inspectores no se 
han tenido en cuenta a la hora de impulsar y hasta forzar fusiones inviables. El 
caso más flagrante, el de la CAM y Banco Base, pero no el único, como se hace 
evidente con Bankia y la dimensión que alcanzan los activos tóxicos, sobretodo 
de Bancaja.
Esta política de "huida hacia adelante" se basa en eludir un 
debate espinoso por populista: la capitalización pública de los bancos. 
Curiosamente, las medidas en torno a la reestructuración del Sector Financiero 
son las únicas que han sido objeto de consenso entre el Gobierno y su principal 
oposición (FAAF, FROB, LORCA, Reforma Guindos) y alternativamente, la oposición 
en cada momento ha amenazado con impedir la solución si se cruzaba esa línea 
roja.
Y, mientras tanto, la crisis sigue, se recrudece y las 
entidades más solventes, con la ventaja de "ser los que más aguantan la 
respiración", esperan tocar a más, quedándose paulatinamente con las cuotas de 
mercado de las entidades absorbidas, subastadas o troceadas. Se conforma así un 
reducido oligopolio, cuasi natural, que augura futuros problemas para el 
consumidor. Se echarán de menos las cajas de ahorros, su obra social desde 
luego, pero también el nivel de competencia que suponían.
La intervención de facto de Bankia anuncia una nueva etapa 
dentro de la Reforma del Sistema Financiero. Lo venimos diciendo, y lo dijimos 
el pasado mes de febrero, sin financiación externa no hay reforma que valga ni 
para sanear el sector, ni para que circule el Crédito.
No somos ingenuos, como pasó en CCM, Caja Sur, CAM y Banco de 
Valencia el agujero siempre es mayor del que se declara. Inquieta pensar  para 
qué se inspeccionan las entidades y se auditan sus cuentas. Pero mientras se 
sigan políticas de austeridad que profundizan la recesión, seguirán 
deteriorándose los valores de los activos, subirá la morosidad, y en definitiva, 
sin crecimiento la inestabilidad de los balances seguirá generando incertidumbre 
y el déficit de capital será creciente.
Hay que asumir que la financiación del saneamiento del sector 
financiero debe formar parte de la Política de Estímulo al Crecimiento, porque 
sin Crédito no habrá tampoco Crecimiento. Y hay que ponerle el cascabel al gato: 
hará falta impulso público, ya sea estatal o europeo. 
Eso sí, el sector tiene que pagarlo, aunque sea en el tiempo, y 
no los ciudadanos. Al fin y al cabo las entidades que drenan las ineficiencias 
de los demás se quedan con su cuota de mercado, y las que no, y sobreviven, 
pagan su cuota por pertenecer a un club selecto de mercado regulado.
Los Gestores y Administradores responsables han de ser 
retirados y en algunos casos condenados. El Estado debe hacer valer su inversión 
para que el Crédito fluya y, en algún caso, incluso hacer valer sus derechos de 
propiedad. Por ejemplo, si la solución pasara por la segregación de activos 
inmobiliarios hay políticas de interés público que promover en materia de 
vivienda, alquiler, condominios de la tercera edad, etc..
A la vez que las entidades financieras sueltan lastre, las 
familias hipotecadas también pueden reducir el volumen de su deuda. Hay que 
echarle coraje, responsabilidad y lo que hasta ahora ha brillado por su 
ausencia, Diálogo y Compromiso.
JOSE MARÍA MARTÍNEZ
SECRETARIO GENERAL DE COMFIA CCOO
SECRETARIO GENERAL DE COMFIA CCOO
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